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martes, 9 de febrero de 2010

Lloró.



La pelea terminó cuando él salió de casa y ella se quedó sentada en el suelo, justo al lado del sofá. Se quedó unos minutos allí sentada; tres, tal vez cuatro, quién lo sabe? Total, tampoco tenía prisa. Iba a salir a comprar una lechuga y el regalo para él por el aniversario en cuanto él saliera para el trabajo, pero todas las ilusiones que había puesto en ese día se desvanecieron en menos de media hora.



Comenzó a pensar de nuevo. Su mente se había quedado en blanco durante unos instantes, pero ya volvía a funcionar. Nada más reaccionar, recordó lo que acababa de pasar en el salón; recordó el dolor que había sentido. Recordó el último año que había pasado con su marido y lo humillada que se sentía hacía meses. Luego reparó en qué día era ... y en que él volvería como si nada hubiese pasado, y se enfadaría si ella le lanzaba algún reproche. Por un momento vio con claridad y se dijo a sí misma: Mi vida es una mierda. Y entonces decidió que no lo sería ni un segundo más.



Fue entonces cuando se levantó de un salto del suelo y se mareó, porque el golpe había sido fuerte. Corrió hacia la habitación; cogió del armario unos pantalones, camisetas y poco más. Iba rápido, pensando dónde ir cuando saliera de allí. A casa de su madre no podía: él la encontraría enseguida, y un hotel era demasiado caro. Así que cogió el móvil y llamó a una de sus amigas, que aceptó encantada que se alojase en su casa unos días.

Salió de la casa, guardó las cosas en el maletero y arrancó. No tardó demasiado en salir de la ciudad: su amiga vivía a pocos kilómetros de allí.

Pero, mientras conducía, miró al asiento del copiloto ... y se vio a sí misma ahí sentada como en otras tantas ocasiones, cuando él conducía.

En ese momento se dio cuenta que seguir con lo que estaba haciendo significaba no volver a verle nunca más; significaba que él desaparecería de su vida, pero ella no se había dado cuenta hasta ese mismo momento. Se hizo a un lado y paró el coche. Siguió pensando en todo esto y se encontró con que de repente, al pensar que no volvería a verle, le faltaba el aire para respirar. Tuvo que echarse a llorar, porque estaba desesperada: quería huir y no podía, se sentía atada a él y después de todo lo que había pasado ese año, eso le producía un dolor enorme.

Decidió dar la vuelta y, conforme llegó a casa, llamó a su amiga de nuevo para decirle que no iría. Lloró cuando pensó que quedándose se estaba equivocando; y lloró otra vez al pensar que no era capaz de huir y era una cobarde. Pero se secó las lágrimas con rapidez al oír que la llave entraba dentro de la cerradura y la puerta se abría.

Esa noche cenaron y se abrazaron viendo una película en el mismo salón; en el mismo sofá junto al que ella había estado sentada por la mañana.

Esa noche él le pidió perdón a ella, y ella lloró porque le perdonaba.

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