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viernes, 2 de abril de 2010

El poder de un ser querido por Sandra Borlaf Sánchez

-¡Abra los ojos, maldito chiflado!
Abrió los ojos. Frente a él se alzaba el cañón de una pistola, apuntaba directamente entre los ojos. Las esposas le apretaban enormemente las muñecas. La cuerda de los tobillos no dejaba circular la sangre.
-Así me gusta. Espero que esto te ayude a cambiar lo que hiciste. ¡Por tu culpa ella está allí encerrada!
En la mirada de aquel hombre se dibujaba el odio hacia el hombre que tenía atado. Sabía que estaba asustado y eso le gustaba, así sabría que no tenía que meterse donde no le llamaban.
-Lucas, si me dejaras explicarte que...
-¡Tú no explicas nada, maldito capullo! ¿Qué te hizo ella para que le hicieras eso? Sólo era feliz.
-Lucas...
-¡Qué te calles!
Al decir esto le acercó mucho más el cañón de la pistola hasta posárselo en la frente. Para Nicolás la mañana había empezado movidita. Había empezado como todas las mañanas, un poco más triste, pero como todas las mañanas. Se había levantado, se había duchado, había desayunado y había salido a la calle a comprar el pan. Hoy Jessi no estaba y le tocaba a él. Ella y los niños se habían ido al parque de atracciones. Cuando volvió a su casa fue cuando empezó todo. Era la primera vez que lo sentía desde hacía casi trece años. El relámpago le recorrió todo el cuerpo y entonces es cuando sintió la punzada de dolor en la nuca y no
supo más. Cuando abrió los ojos lo vio sentado frente a él, con la pistola en la mano, sus manos atadas con las esposas y los pies también, pero con cuerdas. El relámpago no desaparecía. ¿Había vuelto? ¿Después de tanto tiempo había vuelto?
Sentía la presión del cañón de la pistola en su frente. Tenía los ojos apretados con todas sus fuerzas, estaba asustado. Sintió que la pistola se alejaba y abrió de nuevo los ojos. Lucas se sentó de nuevo en la silla que tenía en frente de Nicolás.
-Lo que quiero que hagas es simple, loquero. Quiero que saques a mi hermana de ese manicomio.
-No es un manicomio, es...
-¡Me da igual lo que sea, pero ella no es feliz allí!
-¿Cómo lo sabes? Ni siquiera has ido a verla.
Deseó no haber dicho eso. Lucas se levantó y le pegó un puñetazo que le rompió el labio superior.
-No hable de lo que no sabe. El maldito loquero se cree que lo sabe todo ¿no?
Nicolás sintió el dolor recorrer todo su cuerpo, menos los pies, no los sentía, la sangre no llegaba allí. Intentó pensar cómo salir de allí, pero era imposible. ¿Qué diría Jessi cuándo volviera a casa y viera que su marido no estaba? Pensaría que la había abandonado de nuevo, como aquella vez. No se le pasaría por la cabeza que podían haberle raptado.
Lucas volvió a su silla.
-Quiero que la saque de allí.
-Pero...
-¡Ella confiaba en usted!
-¡Ella me pidió ayuda!
-¡Mentiraaaaa!
Volvió a levantarse. Se acercó a él apuntándole con la pistola. Esta vez no apuntaba entre los ojos, sino más abajo. Disparó. El dolor que sintió Nicolás en la pierna fue indescriptible, notó como la herida empezaba a sangrar.
-Cada vez que me ponga furioso, pasará algo así, hasta que no tenga más sitio que dispararle que en su cabeza o su corazón.
-Estás loco.
-¿Cómo ella? ¿Ella también estaba loca?
Se sentó de nuevo en la silla. Nicolás empezó a recordar:
“-Dime, Laura, ¿qué es lo que te preocupa?
-Es mi hermano, Sr. Sanz. Últimamente está muy raro. Dice que me va a matar si no dejo de venir a verle.
-¿Crees que es capaz?
-No lo sé. Me da miedo lo que pueda hacer.
-Laura, no llores-. Era cierto, ella había empezado a llorar, era la primera vez que la veía llorar.
-Sr. Sanz, es que ayer... es que ayer disparó a nuestro perro y lo mató. Me dijo que si no dejaba de venir a verle le matará a usted también.”
Mató a su perro, seguramente con el mismo arma con que había disparado hoy a su pierna. Laura le tenía mucho miedo. Sus visitas empezaron dirigiéndose a ella misma, pero desembocaron en su hermano. No, ella no estaba loca, su hermano sí.
“-¿Crees que tu hermano necesita ayuda?
-Sí. Él está como loco. Creo que si vuelvo a casa me disparará como disparó al perro.
-¿Quieres quedarte a descansar en el centro? Allí no podrá hacerte nada.
-Me gustaría mucho. Si no es inconveniente.
-Claro que no.
-Me gustaría quedarme para siempre. No quiero verle y...
-Y quieres que crea que te han internado para hacerle venir a verte y así que le cojamos.
-Sí. ¿Haría eso por mí?
-Laura, cuando hay gente con problemas así, hay que hacer lo que sea para hacerle venir y atraparle.
Ella se levantó y le abrazó.
-Gracias, Sr. Sanz.
-No hay de qué.
Ella se disponía a marcharse.
-Sr. Sanz. ¿Ayudaran a mi hermano?
-Por supuesto.”
Y allí estaba él, atado a una silla, con el labio roto y un disparo en la pierna. Le mandaron la carta a casa de que ella estaba ingresada allí. Le dijeron que sería bueno que fuera a verla de vez en cuando, pero él no apareció. No, él no apareció. Nadie se podía imaginar lo que estaba planeando.
Cuando Lucas recibió la carta en su mente sólo se repetía “Dr. Sanz”. Se repitió una y otra vez que le haría pagar por esto, y cuando le hubiese matado iría a sacar a su hermana. Sabía que el Dr. Sanz no entraría en razón, sabía que tendría que matarle. Y no dudaría en matarle si se le ocurría usar sus métodos de loquero con él.
Nicolás sentía como el poder le invadía, ese poder que hacía trece años que no sentía. Además, el relámpago se lo estaba diciendo, le estaba diciendo que Lucas le mataría, daba igual lo que él hiciera, él le mataría. No sabía como, pero tenía que escapar o sería su muerte. Miró hacia Lucas y pudo ver que no estaba allí. No sabía dónde se había ido, pero era la oportunidad de ver si su poder era tan fuerte como hacía trece años. Lo probaría en las esposas, si lograba quitárselas era seguro que su poder era fuerte, sino, estaba condenado a morir. Concentró todo el poder en su cabeza como lo hacía antes. Después se imaginó las esposas ceder. No notaba nada. Las esposas no se movían. “Vamos, ábrete”. Oyó un clic. Pudo observar con alegría que las esposas habían cedido, no era su fin. Se aflojó las cuerdas de los tobillos y notó como la sangre volvía a llegar allí, notó las cosquillas que ésta le hacía al pasar. Intentó mover un dedo del pie derecho, pero le dolía demasiado, esto le alegró ya que sentir dolor era sinónimo de no perder el pie. Decidió descansar un rato y probar más tarde. Al cabo de un rato Lucas volvió.
-Bueno, loquero, creo que es hora de hablar en serio. Si no me ayudas, te mataré.
-Lucas, no estás bien. ¿Por qué hay tanto odio en tu interior?
-¡Maldito loquero de mierda! ¡No te atrevas a usar tus métodos conmigo!
Estaba realmente colérico y Nicolás supo que iba a suceder de nuevo, iba a incrustarle otra bala en alguna parte del cuerpo. No se equivocó, esta vez la bala fue a parar a su brazo derecho que le ardió enormemente. No pudo contener un grito de dolor y se sorprendió cuando Lucas sonrió al verle retorcerse.
-Se lo advertí.
Se acercó a Nicolás hasta quedarse cerca de su oído.
-Vas a morir, quieras o no, me ayudes o no, vas a morir, tú decides si rápido o despacio, pero vas a morir.
Dicho esto se marchó. Nicolás decidió que era el momento de intentar escapar, no sabía cuando Lucas decidiría matarle. Consiguió desatarse la cuerda de los tobillos y parecía que ya no dolían. A duras penas consiguió levantarse y salir por la puerta de la habitación. Sólo le quedaba recorrer el pasillo y llegaría hasta la puerta de la calle, su libertad estaba al otro lado. Agarrándose a las paredes consiguió llegar a la puerta. La abrió. Allí estaba Lucas, apuntándole directamente con la pistola entre las cejas.
-Maldito loquero, ¿cómo te has soltado?
Decidió sacar fuerzas de dónde le quedasen y utilizar el poder, aunque quedase agotado si le salía bien la jugada habría merecido la pena. Volvió a concentrar todo el poder en su cabeza, miró directamente a la pistola y ésta salió despedida de la mano de Lucas que la miró con asombro. Nicolás sacó fuerzas del brazo en el que no tenía el disparo y le pegó un puñetazo que le dejó inconsciente. Después salió corriendo, cojeando, hasta que llegó al hospital que había al lado del barrio donde se encontraba. Allí le curaron las heridas y la policía le interrogó. Naturalmente, él no mencionó al poder. La policía le dijo que le atraparían y le acercaron a casa.
Entró en casa. Habían pasado cerca de diez horas desde que Lucas le había raptado y era posible que su mujer ya estuviera allí.
-¡Jessi!
El silenció inundó la sala.
-¡Jessi!
-Nicolás...
Se oyó a un batallón de pies bajar las escaleras. Al poco rato vio a su mujer y sus dos hijos bajar las escaleras y correr hacia él.
-¿Dónde has estado? Pensé que tal vez...
-Tranquila, os lo contaré todo. Pero ahora quiero descansar.
Se dirigió al salón.
-¿Por qué cojeas, papá?
-Lidia, cariño, ahora te lo cuento.
Se sentó como pudo en el sofá. Sus hijos y su mujer a su lado. Contó todo lo que había pasado lo mejor que pudo, desde las visitas de Laura a su consulta, hasta que había conseguido escapar. Lo difícil fue explicar cómo había vuelto el poder a su cuerpo y cómo lo había ayudado el relámpago. Jessi rompió a llorar.
-Lidia, cariño, llévate a Guille a la habitación.
Cogió a Guille y le llevó a la habitación mientras por el camino jugaban al “Veo, veo”.
-Lo siento, Nicolás, es que...
-Lo sé. No te preocupes. Tú no podías saberlo.
-Ya, pero es que se me agolparon tantos recuerdos de cuando tú te marchaste que...
-Mírame a los ojos, Jessi.
Le hizo caso.
-Nunca os abandonaré de nuevo, ni por una mujer, ni por mil.
Jessi se lanzó a sus brazos y lo besó.
-¿Sabes, Jess? Voy a escribir un libro con la experiencia que acabo de vivir. Voy a intentar plasmar todos mis sentimientos y por supuesto hablaré del poder.
-Nicolás, ¿cómo sabías que había vuelto?
-Lo supe porque sentí el peligro. Las otras veces que pensé que era el relámpago no sentía el peligro. Hoy sí lo sentí.
-Dios mío, entonces he estado muy cerca de quedarme viuda.
-Tranquila, ya pasó todo.
-Pero él sigue vivo.
-Si hubieras visto su cara cuando la pistola salió despedida no tendrías miedo ahora.
-¿No volverá?
-No, Jess, no volverá.
Pero se equivocaba, y lo descubrió aquel día en que terminó la novela. Cuando se le cayeron los papeles al suelo y fue a recogerlos lo sintió, sintió el relámpago. El relámpago le estaba diciendo que ya no tenía escapatoria, que era el fin. Miró hacia arriba y vio el cañón de una pistola que le apuntaba a la cabeza.
-Le dije que le mataría, loquero.
Después, el disparo. Ya no supo más. Lo encontraron allí, tendido en el suelo, boca abajo y con un charco de sangre rodeándole. Al poco tiempo cazaron a Lucas, un día que iba a ver a su hermana, seguramente para sacarla de allí.
Así es como murió mi padre. Un hombre que dio su vida para ayudar a los demás, un hombre que más que un padre era un amigo, un hombre al que nunca olvidaremos. Murió, sí, pero dejó su aroma, dejó su presencia entre nosotros. Aún hoy le siento hablar aunque han pasado siete años desde su muerte. Fue un duro golpe, sí, pero de eso se aprende. Mamá no ha rehecho su vida, Guille ya tiene ocho años y yo dieciocho. Fue duro salir adelante, pero lo conseguimos y yo hoy he decidido seguir el mismo camino que papá. Quiero ayudar a personas como él, quiero que la gente confíe en mí como confiaba en él. Laura me ayudará, se ha convertido en una hermana para mí y en la confidente de mamá. Sé que podré hacerlo, y papá desde el cielo me verá y estará orgulloso de mí. Te quiero, papá, esta es tu historia.

FIN

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