Aquel día la mañana entraba perezosa en mi vida. Me encontraba resguardada bajo las capas de la tarta de mi cama, las sabanas, las mantas, el edredón. Se estaba tan calentita. Fuera me esperaba la jornada mas fría de ese Enero que intentaba helarme hasta el alma. Pi-pipipipi-pi pipipipi ¡oh! El despertador anulaba el hechizo del sueño. Alargo la mano, lo apago y le detesto. Estaba a punto de darme un beso. El despertador es el culpable de todos los sueños rotos y las malas caras mañaneras, con ese beso el despertar y encontrarme con el mundo habría sido perfecto. Saco una mano, luego la otra, me destapo, abro un ojo, el otro, me incorporo. Ya estoy despierta. No hay sol tan solo nubes negras que auguran un día nada apetecible. Es demasiado temprano, y ya hay gente. Observo el hormiguero humano desde la ventana. Me quedo pensando y ¿qué tipo de hormiga soy?. Paso a la acción. El tiempo pasa. Se hace tarde. El tiempo no perdona. Pequeño torturador infame. Salgo por la puerta dispuesta irremediablemente a enfrentarme a un nuevo día. En el autobús mientras oigo mi música, pienso en el beso y me digo esta noche me lo darás.
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